sábado. 14.09.2024

El cielo mineral

Recorrer el Museo Louvre de Abu Dhabi es internarse en la historia de la humanidad mientras un paisaje artificial de metal y cemento nos abraza. Futuro y pasado conviven en este espacio que reproduce el viaje universal.
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Pasado y futuro se unen en el paisaje artificial del Museo Louvre de Abu Dhabi. | FOTO: Mila Ojea

Desde el origen del mundo el ser humano se ha expresado a través del arte. Ya sea para dejar un certificado de su existencia o para soñar, podemos hacer un retrato completo de la evolución gracias a los vestigios que permanecen a través del tiempo. Pongo como ejemplo y referencia esto que explicaba el periodista Vicenç Batalla sobre una exposición de nuestro genial Picasso que se exhibía en el Musée National de París hasta hace apenas unos meses: las cuatro plantas de este palacete del barrio de Le Marais están ocupadas por la obra conceptual de la artista francesa Sophie Calle. Le propusieron una exposición temporal sobre ella y Picasso, y Calle, a sus 70 años, ha decidido explicar su vida a través de sus trabajos como el artista malagueño que lo coleccionaba y guardaba todo. Ante la imposibilidad de compararse, Calle reflexiona sobre lo que sugiere la obra de Picasso y por ello tapa los cuadros y esculturas y exhibe escritos, fotografías y vídeos sobre personas ciegas acerca de lo que le han explicado estas personas del concepto de la belleza o de su última imagen. Calle despliega todos los objetos que tenía en su casa para simular una subasta ya que piensa, como Picasso, que hacer un testamento es avanzar la muerte.

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Flotando sobre el mar. | FOTO: Mila Ojea

El 11 de noviembre de 2018 se abrieron al público las puertas del Museo Louvre de Abu Dhabi. Fue el primero de la institución que se construyó fuera de Francia en base a un contrato por treinta años que ha costado  760 millones de euros. Lo diseñó el arquitecto Jean Nouvel. Quería crear un barrio para el arte, en lugar de un edificio.  Se ha concebido como una especie de cruce entre una medina arábiga y un ágora griega, un lugar para reunirse y hablar sobre el arte y la vida en un contexto de completa calma, explicaba sobre su obra.

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Vestigios de la humanidad. | FOTO: Mila Ojea

Su ubicación se integra en un viejo proyecto urbanístico inconcluso con un presupuesto desorbitado cuyo objetivo es construir una lujosa isla destinada al arte y la cultura. Han pasado varios años desde que comenzó esta historia arrasada por una crisis financiera mundial y todavía no hay una fecha para su finalización. Abu Dhabi es un destino de prestigio y nivel económico que quiere atraer a un público muy específico. La isla está concebida para albergar villas de lujo, campos de golf, un nuevo Museo Guggenheim de Frank Gehry siete veces más grande que el neoyorquino, otro Museo Nacional Sheikh Zayed de Norman Foster, más un Museo Marítimo de Tadao Ando y un Centro de Artes Escénicas de Zaha Hadid. El diseño de la obra completa busca colocar a la capital de Emiratos Árabes Unidos al mismo nivel que Dubái, su gran competencia.

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El mar integrado en la arquitectura. | FOTO: Mila Ojea

Pero centrémonos en el Louvre. Si pudiéramos verlo desde el cielo sólo distinguiríamos un domo gris a 30 metros de altura, como un cielo mineral, que oculta bajo él 55 pabellones de hormigón blanco dispuestos sobre láminas de agua. Sus 180 metros de diámetro se apoyan en cuatro pilares que quedan ocultos a la vista y otorgan sensación de ingravidez. Su peso es el mismo que el de la Torre Eiffel. La “lluvia de luz” que arroja el dosel por su intrincado diseño se inspira en las palmeras. Es un proyecto basado en un símbolo importante de la arquitectura árabe: la cúpula. Pero aquí, con su evidente cambio de tradición, la cúpula es una propuesta moderna, rememora Nouvel.

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Detalles de las salas. | FOTOS: Mila Ojea

Hay un contraste latente entre el azul líquido del Golfo Pérsico y los muros impolutos que en él se reflejan. Este paisaje artificial flota en la costa arenosa de la isla de Saadiyat y guarda en su interior calles estrechas y plazas que simulan un poblado del desierto fiel a sus tradiciones arquitectónicas. La luz atraviesa las ocho capas de celosías perforadas que, unas sobre otras, forman 7.850 estrellas de aluminio y acero mientras el agua templa el aire y esparce las ondas luminosas. Su diseño produce un microclima confortable y protege a los visitantes del calor extremo mediante enfriamiento pasivo. La estructura se abre al mar y el espacio se vuelve infinito ante nuestros ojos.

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Mapa del mundo hecho en Japón en 1690 en biombos plegables. | FOTO: Mila Ojea

Planifiquen una mañana entera para recorrer este entramado singular de historia y sensaciones. Se abrirá ante ustedes un abanico de culturas, vestigios y reflexiones extraordinarias. Debemos ser siempre sensibles, incluso cuando no haya un contexto aparente, explicaba Nouvel tras sobrevolar la isla en helicóptero en busca del terreno sobre el que asentaría su obra de inspiración islámica, antes de que se hubiera construido el puente que la une al continente. El jeque había pedido textualmente un museo clásico sobre la civilización, a lo que el arquitecto supo dar respuesta con este edificio geométrico y sus 8.600 metros cuadrados de galerías que ahora recorremos fascinados.

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Versos y reflejos. | FOTO: Mila Ojea

Los 55 pabellones tienen el tamaño aproximado de una habitación pero ninguna es igual a otra. Varían en la altura de los techos, los materiales -bronce oscuro o mármol plateado o simplemente hormigón con inscripciones talladas en árabe-, ventanales en los que aparecen versos en inglés, el juego oscilante de la luz y el agua. Los espacios expositivos crean atmósferas únicas y evocadoras para cada colección expuesta en su interior. Nouvel tuvo presupuesto ilimitado para diseñar todo lo que quiso, no sólo la estructura sino también muebles de verdadero lujo. Añadió unos rompeolas en el exterior que resisten al daño que provoca el agua salina en los que atracan los que llegan hasta aquí en barco.

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Espacio para el descanso. | FOTO: Mila Ojea

Las salas están iluminadas en parte por los rayos de sol que atraviesan paneles de vidrio moldeados con distintos patrones. Hay zonas de descanso con sofás en las que dar una tregua a la mente desbordada de estímulos. Me gustó asomarme a ese silencio intocable sólo roto por el vuelo de los pájaros que se acercan a beber o refrescarse al otro lado del escaparate. Las líneas rectas de los paneles de fibrocemento se funden con el horizonte de los estanques y piscinas vestidos de color turquesa. Miramos la ciudad y la ciudad nos mira. Cada pabellón tiene además una alfombra de piedras que han sido traídas desde diferentes partes del mundo y a las que se han incrustado bordes de bronce. Este Louvre encarna el espíritu de apertura entre culturas.

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Suelo, figura india de Jina (1000-1100) y armadura del imperio otomano (1490). | FOTOS: Mila Ojea

Al acceder a la primera sala pisarán un suelo con dibujos que simulan elementos del globo terráqueo: líneas de paralelos, nombres de lugares remotos o sorprendentemente cercanos a nosotros, rutas milenarias. Estamos ante el viaje universal, aquel que todo lo une y ordena cronológicamente. Desde la prehistoria se establece un lazo que conecta tiempos y lugares hasta el día de hoy. Los objetos expuestos dialogan con el viajero que los observa y respeta. Trece museos franceses han cedido valiosas piezas para formar la colección que se nos ofrece y ordena arte egipcio, precolombino, africano, azteca, chino…

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Embarcadero. | FOTO: Mila Ojea

Para los ciegos, al ser un museo inclusivo, hay reproducciones táctiles de las obras y paneles con explicaciones en braille. Y, sí, también hay algo de Picasso aquí: “Retrato de una mujer” pintado en 1928. Mis pies se deslizaban de una sala a otra, embelesada en descubrir tesoros: mapas antiguos, columnas, pinturas, joyas, armaduras, papiros. “Ver la humanidad bajo una nueva luz” es el lema de este artefacto que hermana sociedades. Pero yo me quedo con esta frase de nuestro malagueño universal: necesito pintar con una mano y con la otra tener la libertad de volar.

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Bajo el cielo mineral. | FOTO: I. Grau

Epílogo

A la sombra de aquel cielo mineral cuajado de estrellas estuve, antes de irme, escuchando una conferencia que impartían en un auditorio una decena de astronautas de la NASA invitados por el museo. Ese choque entre futuro y pasado o tecnología y arte me resultó especialmente interesante. Tras la charla, dieron la oportunidad de hacer preguntas a un grupo de niños cuyos uniformes delataban que pertenecían al mismo colegio. De todo lo que allí se habló quiero destacar la cuestión que planteó una niña de apenas un metro de altura cuando preguntó lo siguiente:

-¿Cómo rezáis en el espacio?

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Conferencia con astronautas de la NASA. | FOTO: Mila Ojea

Se produjo un silencio llamativo y los astronautas se miraron entre ellos un poco perplejos. Por unanimidad patente le pasaron el micrófono a uno con tez oscura y evidentes rasgos musulmanes y, visiblemente preocupado por dar con las palabras adecuadas, dijo:

-En primer lugar: buena pregunta. Verás… Cuando estamos allí arriba y vemos el planeta desde esa altura, calculamos más o menos en qué dirección colocarnos para mirar hacia La Meca. Como no podemos usar una alfombra sobre la que arrodillarnos, nos sentamos en una silla y es entonces cuando rezamos. Espero haber sabido responder a tu pregunta.

Y la plaza se llenó de aplausos.

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