lunes. 16.09.2024

Corazón botánico

La jardinería consiste en creer en el futuro. Consiste en confiar en que las cosas sucederán según lo previsto y que el cambio llegará a su debido tiempo. Estas palabras de la película “El maestro jardinero” describen perfectamente el espíritu del real Jardín Botánico de Peradeniya, en la vieja Ceilán.
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Una pareja con su bebé bajo los ficus del Jardín Botánico de Peradeniya. | FOTO: Mila Ojea

Los jardines formales imponen restricciones geométricas a las plantas: círculos, cuadrados, triángulos. También se les conoce como jardines franceses. Los jardines informales, también conocidos como jardines ingleses, se popularizaron en el siglo XVIII y se adaptan a las formas y contornos de la naturaleza. Hay un tercer tipo, los jardines salvajes, que en realidad sólo lo parecen. Contienen una variedad aparentemente aleatoria de plantas y vegetación que sirven de sustento para los insectos y la fauna. La jardinería consiste en creer en el futuro. Consiste en confiar en que las cosas sucederán según lo previsto y que el cambio llegará a su debido tiempo. Con estas palabras comienza la película “El maestro jardinero” (Paul Schrader, 2022) mientras vemos a su protagonista, Narvel Roth, escribiendo en un ordenador portátil a la luz de un flexo en una habitación en penumbra.

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Orquídeas en flor. | FOTO: Mila Ojea

En las descripciones de sus tipos de jardín no entra otra forma de exposición natural como es un jardín botánico. Este sería el cuarto supuesto en cuanto a estilo. La definición del mismo es la siguiente: jardín destinado a la conservación, investigación y divulgación de la diversidad de las especies vegetales. Se caracterizan por incluir en ellos colecciones científicas de plantas vivas que, además de su posible interés estético o urbanístico, también son sujetas a observación y estudio por parte de los jardineros y científicos especializados que las cultivan.

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Contraste de verdes. | FOTO: Mila Ojea

Dicho lo cual, les invito a adentrarnos en la experiencia olfativa y sensorial que resulta de caminar por el Real Jardín Botánico de Peradeniya, a 6 kilómetros de la ciudad de Kandy. Abarca casi sesenta hectáreas de dimensión en las que viven y florecen más de 4.000 especies de plantas y árboles, y es el más grande del país, Sri Lanka. Fue en 1371 cuando el rey Wickramabahu III trasladó la corte a la localidad de Peradeniya y creó el jardín. En 1821, bajo el reinado de Kirti Sri Rajasinhe, se ubicó el jardín que se dio por terminado en 1843 donde ahora permanece y lo conocemos.

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Flores salvajes. | FOTO: Mila Ojea

Su destino, en un principio, era el estudio científico sobre la introducción y aclimatación de especies vegetales tanto útiles como ornamentales. Con el tiempo se le dieron otras utilidades como la plantación de canela, caucho, té, nuez moscada, quina y café para sacar un rendimiento económico. El clima tropical monzónico del país se presta a asegurar el crecimiento y subsistencia de cualquier plantación. Durante la Segunda Guerra Mundial Lord Louis Mountbatten, el comandante supremo de las fuerzas aliadas en el sur de Asia, lo usó como la sede del Comando del Sudeste Asiático en una edificación que a día de hoy sigue en perfecto estado de conservación.

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Paseo de las palmeras. | FOTO: Mila Ojea

Su ubicación en un terreno ondulado con una elevación promedio de 500 metros sobre el nivel del mar es primordial junto a la humedad que proporciona el río Mahaweli que lo bordea para que las plantas y arbustos se desarrollen de un modo espectacular. Lo comprobaremos al deambular por sus avenidas de palmeras erguidas e interminables, ver la zona aromática de las especias, disfrutar del vivero acristalado con trescientos tipos de orquídeas o fotografiar sus estanques rodeados de bambú, helechos, plantas trepadoras, cactus, vides y todo tipo de flores. Estamos en una alfombra infinita de colores y formas, deslumbrados por la extensión inabarcable de la naturaleza.

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La belleza. | FOTO: Mila Ojea

La jardinería es la más accesible de las artes: ya está ahí. Cada semilla es una planta que espera ser liberada. Se decía que las semillas tenían una vida útil de ciento cincuenta años pero en los años 50 un botánico japonés descubrió semillas de loto viables en el fondo de un lago de la edad de hielo. Una gran parte de ellas germinaron. Ahora se cree que la vida útil de una semilla está entre los ochocientos cincuenta y los mil doscientos cincuenta años. Si se dan las condiciones adecuadas, las semillas pueden durar para siempre. Yo llevo la mía en la piel, todos los días, relata Narvel frente a un espejo mientras se observa a sí mismo y a su pasado.

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Zona de descanso. | FOTO: Mila Ojea

Mi rincón favorito es aquel que atesora los ficus, un árbol impresionante que es para mí un símbolo del Asia que amo, y que he ido encontrando una y otra vez a lo largo de mi camino viajero por este continente hecho de agua y tiempo. Bajo uno de ellos me senté, en sus raíces aéreas, a salvo de la llovizna intermitente que fue compañera y refresco. A unos metros de mí observé a una pareja que, con sumo mimo, amamantaban a un bebé que era pura ternura. La naturaleza nos protegía y recordé una frase de Virginia Woolf: Sí, merezco una primavera, y no le debo nada a nadie.

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El poder de los ficus. | FOTO: Mila Ojea

Hay una zona especial, “Memorial Trees”, en la que importantes personalidades, jefes de estado y celebridades de todo el mundo como la reina Isabel II de Inglaterra, Indira Gandhi o el Che Guevara han plantado un árbol cuya presencia permanece en su honor. Destaca especialmente en el conjunto de todo lo que este vergel ofrece la palmera talipot con sus hojas gigantes. Florece una sola vez en su vida a los cuarenta años de haber germinado y produce el mayor ramo de flores del mundo. En la época de los reyes de Kandy, sus hojas llegaban a alcanzar los 10 metros de largo y se cosían para fabricar carpas. También se usaron en el 500 a. C. como pergaminos en la India. El Mahavamsa –el conjunto de textos antiguos más importantes de Sri Lanka- fue escrito en hojas de talipot.

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Colorido en el estanque. | FOTO: Mila Ojea

Y como la vida es la vida, este paraíso vegetal de troncos y lianas es además el hogar de pájaros, murciélagos, monos y más animales que campan a sus anchas o saltan de rama en rama en su eterna primavera. Se puede hacer picnic en la zona del lago  excavado por el rey Kandy en 1798 y hay pérgolas bajo las que guarecerse cuando el monzón rompe a llorar abruptamente. En este país llueve doscientos días al año, alimento indispensable para los pastos y colores exóticos que nos rodean. También verán a todas las personas que aquí trabajan con ahínco y meticulosamente con un material tan delicado como son las flores, diseñando el laberinto o barriendo las hojas secas alrededor de la higuera gigante. Botánica, horticultura y exposición: todo condensado en un mismo lugar.

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Jornada laboral. | FOTO: Mila Ojea

Un trabajo de jardinería bien hecho es un placer para la vista. Lo que antes era una maraña de vegetación, pasa a ser un escaparate de lo que debería haber y no de lo que sobra. La jardinería es la manipulación del mundo natural. Es crear orden donde el orden es lo correcto. Es adaptar ligeramente el desorden donde es necesario. Son las últimas palabras de Narvel, en la escena final.

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La sorpresa final. | FOTO: Mila Ojea

Aún me esperaba una grata sorpresa cuando salí del Jardín Botánico tras una mañana entera recorriendo sus senderos. Había varios grupos de niños que iban de excursión con sus profesores, todos vestidos de uniforme. Estaban organizados en filas, esperando para entrar, y al vernos pasar a L. y a mí nos saludaron tímidamente con la mano, entre risitas y cuchicheos. Les devolvimos el saludo y de pronto uno de ellos salió de la fila, corrió hacia nosotras y se acercó a preguntarnos nuestros nombres y darnos la mano. Fue la chispa que prendió el fuego, en cuestión de segundos todos se desbocaron y nos rodearon, riendo, gritando, tocándonos las manos. Ahí estaban las semillas del futuro, llenándose de cultura y conocimientos, descubriendo el mundo, a punto de germinar. Fue un instante de alegría que el destino nos regaló, con sus dedos entrelazados con los nuestros. Y esa sensación aún dura y vuelve a mí, cuando creo en el futuro, confío en que las cosas sucederán según lo previsto y el cambio llegará a su debido tiempo.

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